“Cuenta la leyenda que, en las ruinas de un viejo castillo, vivía una princesa. Ella era fuerte, guerrera y poseía todo cuanto quería. No había desafío que se le resistiera ni batalla que ella no ganara. Un buen día escuchó hablar sobre una flor encantada capaz de darle la eternidad. En ese mismo momento quiso hacerse con ella, pero no iba a ser fácil encontrarla.

Muy pocos pudieron ver aquella flor eterna y por más que tiraron de ella, no consiguieron arrancarla de la tierra. Sólo uno pudo hacerlo: encontró la flor y consiguió hacerse con ella.

Llegó a los oídos de la princesa, que hizo llamar a este joven para que le entregara la flor. No fue fácil para ella conseguirla, tuvo que pelearla y lucharla hasta que él se rindió y accedió a entregarla. A ella no podía negarle aquel regalo. Sintió que la quería.

 Ella, que ya tenía lo que más ansiaba, no pudo hacer más que quererle.

 Juntos, decidieron permanecer en las ruinas de su castillo y sellar su amor. Libres, felices.

La flor los había hecho eternos.”